Concurso Transnacional Antinarcotico por Internet "Maya". Videos, fotos, carteles, dibujos contra la narcomanía y el alcoholismo

FINAL FELIZ

Autor:   Lavinia Viola Serra

Pais::   Italia

Fecha de adición: 05.10.2012

Otoño 1999

Max sale con Sarah desde hace 5 años. Él mide casi 2 metros, le faltan 2 molas, está muy flaco y    trabaja como electricista. Ella es rubia, gordita y bióloga. Él es del sur, sin estudios, con una  simpatía a veces embarazosa y una familia rota: su madre es depresiva y trabaja como limpiadora, su  padre es un mujeriego que abandonó a la familia para perderse en una isla del Mediterráneo y su hermano se interesa solo del baloncesto. Sarah es del norte, sin hermanos, hija de una madre  profesora de literatura y de un padre ingeniero.  

Los amigos de Sarah y Max somos: Rizo, Lamanu, Markino y yo. 

Crecimos todos en el mismo barrio. Max es mayor que nosotros, tiene muchas más experiencias de  nosotros. Todo el mundo sabe que Max en el pasado era un yonqui, pero nadie de nosotros tiene  ningún   perjuicio,   somos   demasiado   simples   para   tener   perjuicios,   demasiado   ignorantes   con   respecto al tema para entender el verdadero significado de la palabra yonqui. 

Trascurrimos el verano todos juntos. Llenamos 2 coches y pasamos agosto en una casita en primera   linea de playa. Nos reímos muchísimo!  Pero ahora...  

Max ha sido despedido, han trasladado a Sarah, ha muerto el padre de Rizo y ahora él tiene que   gestionar su tienda de fruta y verdura, Lamanu se ha echado un novio que tiene una hija pequeña de   una precedente relación, han operado Markino a la mandíbula y el pobre tendrá que tener cuidado por un buen tiempo, mientras yo he dejado la universidad para frecuentar un curso de fotografía.  Resultado: ahora nos no vemos más todos los días, pero intentamos juntarnos por lo menos una vez  al mes.  

Esta misma noche estaremos en casa de Rizo: hoy es el cumple de Sarah y ¡le vamos a hacer una  sorpresa! 

Estoy feliz, tengo muchas ganas de ver a mis amigos. Llego a casa de Rizo, toco el timbre y subo.  Markino y Lamanu ya están ahí. Nos abrazamos y empezamos a sacar lo necesario para la fiesta,  tenemos muchas cosas por hacer y tenemos que darnos prisa... dentro de muy poco llegarán Sarah y   Max.  Preparamos   algo   para   picar,   ponemos   los   cubiertos   en   la   mesa,   encartamos   los  regalos  mientras nos reímos mucho recordando el verano recién acabado.  

Tocan al timbre. Bien! Han llegado y lo tenemos todo listo! Cuando aún están en la escalera no   aguantamos más y empezamos a cantar: “Cumpleaños feliiiiiiiiz...”... Y Sarah se ríe a carcajadas... Está sorprendida y muy contenta, sus grandes ojos azules no mienten! Nos abrazamos y luego nos  sentamos todos en el sofá para contarnos nuestro mes de septiembre y echamos de menos  a las  vacaciones que trascurrimos juntos. 

Empezamos a comer, hay un montón de cosas buenísimas en la mesa.  

Es la hora de cortar la tarta. Markino va a por ella, mientras Lamanu y yo preparamos platos y tenedores para todos.  

Rizo apaga las luces y Markino aparece en el salón con una maravillosa tarta de chocolate y nata   llena de velas encendidas. Sarah cumple 25 años, está emocionada, en silencio hace un deseo y  sufla con fuerza para apagar las velas. 

En cuanto Rizo enciende otra vez las luces, nos comemos la tarta en unos segundos. ¡Es deliciosa! Ahora queremos ver una película todos juntos, queremos ver una peli cómica con Jerry Lewis. Todo   el mundo conoce esta peli, ya la vimos mínimo 10 veces cada uno, nos encanta a todos y sabemos   casi el entero guión a memoria. Rizo prepara la video grabadora, mientras nosotros seguimos de   charlas y Max aprovecha para ir al aseo. Rizo hace una prueba... la cinta se ve bastante mal porque   es vieja, pero a nosotros nos da igual, estamos felices por estar todos juntos y no necesitamos nada   más. 

Max está en el aseo desde hace 20 minutos... Empezamos a llamarle desde el salón, en voz alta:  “¡¡¡¡¡¡¡Maaaaaaaax, empieza la peli!!!!!!!”. Él no contesta. 

Seguimos hablando entre nosotros y sacamos un par de chistes sobre la posibilidad de que Max   tenga diarrea y nos reímos mucho. 

Sarah no habla, pero de repente, se levanta del sofá y nos dice: “Ahora voy para allá”. Camina rápida hacia al aseo, toca fuerte a la puerta y dice: “Maaaaaaaax, ¿que hacessss? ¡¡¡Es mi cumple!!!... ¡¡¡te has encerrado en el aseo desde hace media hora!!! ¡¡¡Contesta!!! ¿Estas bien?  ¿Necesitas algo?”. 

Ahora nosotros también estamos preocupados. Lamanu pregunta a Rizo si hay alguna forma de abrir la puerta desde fuera. Markino está callado, y cuando Markino calla, significa que la situación se ha vuelto rara. Todos sabemos que algo va mal, pero no sabemos ni el qué ni el por que. 

Menos mal que los padres de Rizo se han ido a la casa de campo para el fin de semana, nadie entre   nosotros hubiera sabido que decir o como comportarse con ellos en casa... 

Estamos todos callados. Sarah vuelve al salón, se sienta al lado de Markino y parece bastante  enfadada. Hay un silencio frío aquí dentro y no sabemos como salir de esta. 

Como por milagro Rizo dice: “Oye... yo pongo la peli, ¡él se la pierde!”. 

No sabemos como agradecerle de romper ese silencio inquietante y estamos todos de acuerdo:   “¡Venga, empezamos!”. 

Rizo apaga nuevamente las luces y la peli empieza. Sarah coge unas patatas fritas y las come  nerviosamente, Markino intenta centrarse en la peli, yo me sirvo otro un vaso de gaseosa, mientras Rizo vuelve a sentarse en el sofá, pero tiene una postura rígida, como si tuviera que levantarse otra vez. 

Todos nosotros, de vez en cuando, levantamos la mirada hacia a la puerta, en la espera que vuelva Max. 

Esta película nos hizo reír mucho en el pasado, pero en este momento, mirar a la pantalla nos sirve  como excusa para no mirarnos a la cara, en la espera de Max. 

De repente, se oye un clic, es la maldita puerta del aseo que se abre. Unos segundos después  aparece Max y nos dice: “Voy al balcón a fumar un cigarro”. Seguimos todos callados, como antes.   Como yo estoy muy incomoda, me levanto y digo: “Max espera, voy contigo”. 

Salimos al balcón. Me apoyo a la barandilla y miro hacia el salón desde la ventana, pero no se ve nada, porque la única luz encendida es la de la pantalla, entonces no se si mis amigos están hablando o siguen mirando la peli.  

Las farolas me permiten ver bien a Max. Él se columpia de un lado al otro sin parar y se le cierran los ojos. Noto que lleva puesta la riñonera y me pregunto que tendrá ahí dentro. 

Al mirarlo tiemblo... ¿Porqué? 

Intento aparentar tranquila y me pongo un cigarro en la boca. Él me acerca el mechero y su mano   parece un barco en el medio de un mar tempestuoso. Él también se apoya a la barandilla y me da  miedo, parece demasiado inestable en este momento... ¡podría caerse para abajo!

Intento establecer una conversación y primero intento con preguntas sencillas, pero él me contesta  tan sólo con un “Sí” y muy mal pronunciado. 

“¿Has trabajado hoy?” 

“Seeeeeeeh” 

“¿Has comido algo al almuerzo?” 

“Seeeeeeeh” 

“¿Te gusta Jerry Lewis?”

“Seeeeeeeh” 

Entonces entiendo que tengo que hacer una pregunta más abierta, para que hable más. Quiero que   hable, quiero saber como está... nunca lo vi así antes. Empiezo con preguntarle que regalo haya echo a Sarah para su cumpleaños, entonces él se suelta. 

Es terrible, tiene una voz más baja de lo normal, parece tenga algo en la boca y todas sus palabras    son ralentizadas y muy mal pronunciadas, además hace un discurso que no se entiende para nada... “Pueeeeeesssssss...   sabeeessss,   la   cajaaaaa   rosaaaaaa,   que   por   fueeeeera   tiene   comooooooo,   vengaaaaa, tu lo saaaaabesssssss, bueno, un osito yyyyy tal, comoooooo, a ver, por  deeeeeeentrooooooo hay comoooo un colchón y yo he puesto por dentroooo unnnnnn, sabessss...  un... lo que se ve por la tele... ¿¿¿¿come se llamaaaaaaa???...” 

Estoy horrorizada y le digo: “Max, vamos para dentro, ¡Sarah nos espera!” 

Max anda como si bajo de sus pies hubiera una alfombra de gel... llega con fatiga el sofá y se tumba al lado de Sarah. Ella le dice algo a la oreja en baja voz. Él apoya la cabeza a la pared y dentro de unos segundos parece dormido. 

Los demás le miran y después me miran a mi, mientras yo busco en los ojos de mis amigos una  mirada que me diga: “He visto lo mismo que has visto tu”. Encuentro esa mirada sólo en Rizo. 

Seguimos mirando la peli sin ningún interés en ella. Estamos todos bastante perplejos, desconcertados y cansados. En cuanto aparece en la pantalla la palabra “Fin”, Rizo enciende las  luces del salón. Como evidentemente Lamanu no aguanta ver a Max en ese estado, dice: “Sarah, perdona, pero yo me tengo que ir”, entonces Markino: “Bueno, yo también”... y para no quedarme ahí aprovecho y: “Ehhh... yo también me voy para mi casa... será todo lo que he comido esta noche... me duele un poco la barriga...”. 

Sarah entiende perfectamente la situación, nos da las gracias por todo, levanta a Max del sofá con   una sonrisa forzosa y él envuelve los hombros de ella con su largo y flaco brazo izquierdo, sin decir   nada.  

Rizo apaga la tele, bosteza, nos acompaña a la puerta de su casa y nos besa a todos en las mejillas y   cuando llega mi turno le digo: “No toques nada, mañana por la mañana volveré y te echaré una  mano en recoger”. Rizo y yo sabemos que es una excusa para hablar a solas. 

Bajamos la escalera y nos despedimos debajo del portal. Max quita el candado de la moto y yo me   quedo mirando... Se van a casa con la moto... me parece una locura. Se pone el casco, pasa el otro a  Sarah, suben a la moto, arrancan y se marchan. Los sigo con la mirada hasta al primer semáforo, luego me encamino.  

Los pocos metros entre casa de Rizo y mi casa no parecen terminar nunca. Estoy triste. 

Miro hacia el cielo, no se ve ninguna estrella. Espero no encontrar a nadie en la calle, se que tengo una pinta de funeral. 

En cuanto llego a casa, me voy directa a la cama. 

Domingo.  

He despertado al toque de las campanas de la iglesia. Son las 9.00. Voy a la cocina y ahí encuentro a   mi tía, que me da los buenos días, me acerca una taza de café y me preguntas si a noche lo pasamos   bien. Ahí despierto de verdad y recuerdo lo que pasó a noche. Me siento como si hubiera tenido un  accidente contra un camión.  

Contesto: “Si, si, todo bien, lo pasamos bien... ahora me visto y voy a casa de Rizo, para ayudarle a   recoger...”. 

Tomo de prisa mi café, me doy una ducha rápida, me visto y corro pitando a casa de Rizo. Toco el  timbre y subo. Él me abre la puerta vestido con las mismas prendas de ayer, es evidente que no se haya ido a la cama. 

La casa está ya recogida y perfumada. No hay ni vasos, ni servilletas, ni migas en el salón. Está todo perfectamente arreglado.  Rizo dice: “Siéntate... ¿quieres un café? 

Y yo: “Rizo... ¿Que dices? ¿Un café? Tenemos que hablar sobre Max ¡urgentemente! 

“Ya lo se. Ese cabrón se ha metido una dosis en mi casa...” 

“¡¡¡Joderrrrr!!! Y ahora... ¿¿¿Que coño hacemos??? Yo no se nada de esa mierda... Y... ¿Y si nos  equivocamos? Y... “¿Y Sarah? ¿Y si Sarah coge alguna enfermedad? Y si...” 

“¡Alto! Calmate y usamos la razón. Tenemos que informarnos, luego hablaremos con Sarah” 

“Tienes razón. Buscamos un número de ayuda a los droga dependientes y ¡llamamos ya!” 

Rizo aparenta resignado y cansado, mientras a mi me late el corazón a mil. 

Llamo y me contesta una voz relajada, me dice que su nombre es Alba y me pregunta en que puede ayudarme. Yo contesto un poco confundida, intento contarle lo que pasó a noche, mientras miro a Rizo y él me hace señales con los brazos de estar tranquila y respirar.  Alba parece estar  acostumbrada a estas llamadas, me hace preguntas sencillas, me habla con calma y de espacio... y  me dice: “Sabes, normalmente yo recibo estas llamadas por los familiares de los adictos a las  drogas. Que hayáis llamado vosotros significa que Max tiene amigos sanos y con vosotros está a  gusto. Queréis a Max y Sarah y los queréis ayudar... ¡Coge papel y boli!”. 

Alba me da un número de teléfono, una dirección y unos títulos de ensayos sobre el tema para leer. Me explica a quién llamar, a donde ir y como preguntar más información. Además me dice que  tendremos que respetar a quién no quiere ayudarnos y a cualquier reacción tendrán Sarah y Max.  

Luego Alba se despide y me deja con una sensación de alivio...  

Nos organizamos. 

Como Rizo tiene que estar en la tienda de fruta y verdura, esta misma tarde irá a la biblioteca a  buscar los ensayos que nos aconsejó Alba y los leerá entre un cliente y el otro, mientras yo mañana  tendré que ir a un centro de recuperación para los adictos a las drogas. Al final del día nos reuniremos y hablaremos de nuestras experiencias. 

Bueno, por lo menos ¡tenemos un plan! 

Le pregunto: “Para ti... ¿Sarah sabe algo?”, y él: “No se... se que cuando en una pareja, uno de los dos se mete, o el otro empieza a meterse o lo dejan. Nosotros también tenemos dos opciones: o nos portamos como si no hubiera pasado nada, o intentamos hacer algo, y me parece que tu y yo ya estamos dentro”. 

Esta mañana ha sido muy intensa. Me despido y me voy a mi casa.

Lunes. 

El despertador empieza a fastidiarme a las 6 y media de la mañana. Estoy de mala leche.  

Plan: levantar, café doble, ducha, llamar al centro para drogadictos, preguntar si pueden recibirme  hoy... si me contestan que sí... metro, estación del tren, subir a lo de las 8.05, llegar a un pueblo que  se encuentra   a unos 50 km de aquí, buscar el autobús, llegar, aprender lo más posible, intentar volver aquí por la tarde, pasar para la tienda de Rizo, resumen del día, plan para mañana. 

La tentación de mandarlo todo a la mierda es ¡MUY FUERTE! Pero... 

Mientras me ducho pienso a las consecuencias de toda esta movida... hago unas 10 hipótesis...  ninguna de estas con  final feliz. 

Salgo de la ducha, me visto, cojo el bolso y salgo. Primera parada a una cabina para llamar al centro. Una tía me contesta que hoy pueden recibirme y que hablaré con Renato, uno psicólogo que  trabaja como voluntario en el centro para drogadictos. Cuelgo y voy a coger el metro.  

Estoy en la estación... compro los pasajes de ida y vuelta, busco un sitio para sentarme a la espera  de mi tren y, como no hay bancos libres, me siento al suelo. Miro a la peña y me pregunto: ¿Cuanta  de esta gente se mete? ¿Cuantos de ellos tienen un amigo, un novio, un marido, un hermano o un  hijo drogadicto? 

A mi derecha, a unos 20 metros, hay un chico sentado al suelo como yo. Como ya tengo la experiencia de Max, noto que es un yonqui. Intenta tener la testa levantada, pero parece pesarle una tonelada. Está sentado sobre su mochila y pide limosna. Está sucio y flaco. Antes de  ver a Max en esas mismas condiciones, yo no hacía ni caso a los drogadictos en la estación del tren... Ahora pienso que este chico, en su día, haya echo una tontería muy gorda y que se haya metido con alguien mucho más poderoso que él. Y creo que por esa tontería lo haya perdido todo. 

Para mi la droga es un gigante muy poderoso, seguro de si mismo, con ojos penetrantes. Él quiere jugar contigo. Le gusta jugar a la lucha. Cuando empieza a jugar contigo, te deja ganar, así que tu    coges confianza en ti mismo, además te crees más fuerte que él. Entonces, empiezas las apuestas,   seguro que ganarás una y otra vez. Pero un día, él te deja tirado al suelo, inconsciente. Entonces tu   quieres la revancha, estás convencido que puedes ganar...  

Entonces pides una última lucha y te apuestas todo: tu chica, tu familia, tus amigos, tu casa, tu trabajo, tus hijos y tu coche...¡TODO!  

En cuanto empieza la lucha te tiras en su contra con toda la fuerza que tienes en el cuerpo. Tiras  puñetazos y patadas como nunca, sudas, usas toda tu energía... pero él no siente absolutamente nada, se queda parado y te mira con sus ojos indiferentes, sin reaccionar. Al último segundo, de repente, él te levanta con una sola mano y te parte todas las costillas, como si tu fueras una lata de cocacola. Game Over. 

Ha llegado mi tren. Subo, busco un asiento libre y me duermo.  

En unos 50 minutos estoy en el centro de recuperación para adictos a las drogas. La primera persona  que encuentro es Paola, que me dice de esperar un rato mientras ella irá a avisar a Renato de que  acabo de llegar. 

Este es un lugar muy triste, huele a tristeza.  

Aparece Renato, me saluda sonriendo y me invita a ir a su despacho. En cuanto me siente, él recoge los papeles que están arriba de su escritorio y me dice: “¡Bienvenida!... dentro de lo que cabe...”. Yo le doy las gracias con una sonrisa un poco forzosa y sin esperar un segundo más, empiezo a hablar de Max. Además de lo que pasó le digo que estoy enfadada, decepcionada y me siento traicionada por un amigo.  

Amistad... ¿¿¿Que coño es el Amistad, si tus amigos buscan diversión y felicidad en una substancia que no se ni que es???

Renato me da un vaso de agua, un bolígrafo, un par de hojas y empieza mi primera clase sobre el tema “Droga”. 

Renato habla de forma muy clara de varios argumentos y yo tomo nota de todas sus palabras: la   dependencia física y dependencia psico-social, la dependencia primaria, la progresiva, la mortal, los  síntomas, el abstinencia, los problemas físicos, psicológicos, sociales y económicos, cuales son las   substancias llamadas “drogas”, cuales son las que la ley prohíbe  y cuales son las legalizadas, sus efectos   sobre la personalidad, la percepción y la conciencia... narcóticos, tranquilizantes, ansiolíticos barbitúricos, opiáceos, alucinógenos, estimulantes químicos y vegetales... las razones más comunes por las que se empieza a usar drogas, los daños que el consumo causa etc. etc. etc. 

De vez en cuando Renato hace una pequeña interrupción para averiguar si lo estoy entendiendo todo o si tengo alguna pregunta. Pero yo no tengo ninguna. Es la primera vez que alguien me explica cosas sobre este tema y lo vasto que es me marea. 

De repente, me entero de saber muy poco sobre Max. No se cuales fueran sus amigos antes de  nosotros, no conozco a nadie de sus compañeros de trabajo, tampoco hablé mucho con su madre o con su hermano... 

Renato me dice que tenemos que hablar con Sarah cuanto antes, por su salud y me deja el número de su despacho, por si ella querrá contactar con él. 

En el treno de vuelta leo las notas que he tomado mientras Renato hablaba. 

Bajo del tren y... por ironía de la suerte, en la plaza que lleva a la frutería de Rizo encuentro a Max... tiene una pinta que no me gusta nada, pero no parece se haya metido como a noche. Me saluda y me pide dinero, dice que es para poner gasolina a la moto... Renato había avisado: los drogadictos son muy mentirosos, la única cosa que les importa es la droga.  

Estoy enfadada, muy enfadada. Por su culpa, entre teléfono, metro y tren, me he gastado ya bastante por hoy y para no contestarle mal, me despido de prisa y corro a la frutería de Rizo. 

En cuanto Rizo me ve, dice: “¡Vaya pinta que tienes!”. 

Nos contamos nuestro largo día y decidimos de hablar con Sarah mañana mismo. 
 
Martes. 

Sara, Rizo y yo tenemos cita hoy, después de comer, en la biblioteca del barrio.  

No tenemos un discurso preparado y yo no soy optimista, algo me dice que todo esto acabará fatal.  

Se que haremos daño a Sarah, se que todos nosotros nos haremos daño. 

Veo a Rizo, está sacando un café de la maquina. “¿Lista?” 

“¡NO!”. 

Llega Sarah, puntual.  

“Tenemos que hablar contigo...” 

Empezamos nuestro discurso... cuando veo que Rizo está en dificultades intervengo y hablo yo... é hace lo mismo. 

Sarah nos mira con sus grandes ojos azules y nos deja hablar sin interrumpir. Cuando acabamos, con calma y firmeza nos dice: “Sois dos imbéciles, no os enteráis de nada y os creéis  de saberlo todo. ¡Iros a tomar por culo!”. Y se marcha. 

Otoño 2005

Hace muchos años que no se nada ni de Sarah, ni de Max. Rizo se ha casado con una chica Rusa y vive en Moscu, Lamanu tubo dos mellizos y no la veo casi nunca, mientras Markino dejó de salir con nosotros a partir de ese domingo del 1999. 

En cuanto a mi, de lunes a sábado soy vendedora en una tienda de ropa y durante el fin de semana salgo con Lara y Sonia, unas compañeras de trabajo.  

Hoy es sábado y hemos decidido ir a bailar... estoy cansada y me duelen los pies... pero no quiero decepcionarlas. 

Son las 3.00 de la madrugada, he tomado 3 copas y me siento un poco mareada. La música no me gusta mucho y tengo sueño. Me acerco a Lara, que está bailando entre Sonia y unos chicos que no conozco. Le pido mis llaves de casa y mi monedero, los tiene ella porque yo llevo un vestido sin bolsillos y le digo que quiero salir de allí. Y ella: “¿Confías en mi?”... y yo: “Pues, claro...”...  “Entonces... ¡Toma!”, y me hace tragar una pastilla muy amarga. Estoy desconcertada. 

Se que ellas consuman cocaína, pero a mi me da miedo y cuando me la ofrecieron, les dije que no.  

No sabía que consumiesen algo más.  

No tengo ni idea de lo que Lara me haya echo tragar, pero, en el fondo, una pastilla no me da miedo... las farmacias venden pastillas de todos los tipos y no necesita receta para muchas de ellas... 

En unos 20 minutos ya no estoy cansada, la música me parece muy buena y empiezo a bailar. 

Durante los siguientes 3 meses comí muchas de esas pastillas amargas, tomé muchas copas, fumé muchos   cigarros,   terminé   la fiesta en casa de muchos desconocidos y mentí... drogadicta yo también. 
Un día, de repente, eso ya no me molaba más. Entonces no contesté más a las llamadas de Lara y Sonia, dejé de salir durante el fin de semana y de tomar pastillas. 

Otoño 2012

Ahora vivo en otra ciudad, trabajo siempre como vendedora, pero no salgo de fiesta con mis compañeras. Tengo a un novio que fuma muchos porros. No tengo amigos fijos, de vez en cuando conozco a alguien y nos vamos a tomar algo durante el fin de semana. Será que en la tienda de ropa tengo que tener mucha paciencia con los clientes, escuchar todas sus tonterías, pero cuando salgo con alguien en mi tiempo libre bebo muchas copas y fumo muchos cigarros para aguantar a la gente, que con sus cuentos y su insignificante vida... me aburre. 

Este fin de semana he vuelto en mi ciudad para coger unas cosas que me necesitan y ver a mi madre. Desde cuando me marché de casa tiene mucha ansiedad, el medico le prescribió unas gotas calmantes y ella se pasa casi todo el día aturdida.  

Voy a dar un paseo y cerca de la casa de mis padres encuentro a Lamanu. Me cuenta que hace poco vio a Max, en el metro, que aparentaba en buena salud y que ya no salía con Sarah desde hace muchos años. Luego añade: “Después del parto lloro sin parar, tengo que tomar antidepresivos.  

Todo el mundo entra y sale del túnel... ¡Nadie sobrevive sin una pequeña ayuda!”. 
 
Las historias de droga no tienen final feliz. 
 

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